jueves, 29 de mayo de 2014

Déjame que te cuente algo, cómo la vida da vueltas y marea.

Cómo a veces no hacen falta meses para sentirlo, sino instantes. 
Cómo de pronto alguien apareció a (re)construirme sonrisas en todo lo llorado. 
Cómo alguien vuelve a pararse en mis ruinas y en vez de contemplarlas sin sentir nada, decide reconstruirlas a base de buenos momentos y detalles que te hacen ver que eres especial. Y, cuando más lo temía, su voz vuelve a hacerme temblar sin entenderlo. 
Marca la diferencia y rompe los esquemas que tenía, hace tiempo, muy seguros conmigo. 
Las dudas comienzan al querer entender qué es lo que sentimos. Qué hay detrás de hacerse los locos. Pero ya lo sabemos. Todo. Y nos acercamos. 

Me besa la frente y se resiste a mis labios. Me roza y tiembla. Temblamos. Nos paramos. Su corazón late con rapidez cuando decido reposar mi cabeza en él y en ese momento sé lo que dice sin querer decir nada. Un susurro puede traspasar el silencio. Un abrazo nos hace ver más allá y nuestros dedos, entrelazados, nos aseguran un presente que estamos dispuestos a construir. 
Y me hace sentir de nuevo, me hace creer que es él a quien merecía esperar y quien quería ofrecerme un paraguas para que la lluvia dejara de calar mis huesos y, sin darnos cuenta, ya había dejado de llover.
Y así conseguí ver su sonrisa bajo la luz del Sol que me cegaba y me hacía devolverle una sonrisa sincera que llenaba cada parte que tenía de miedo, miedo de volver a ser la chica que aprende a querer sin querer. Y no me importó nada más.

2 comentarios:

  1. Marea la marea de tu deseo asintótico de ir y venir y acercarte a mí y jamás alcanzarme.
    (Siempre quise usar 'asintótico' en una oración)

    Tú sabes quién soy.

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  2. Marea la posibilidad de alcanzarte y perderte.

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