jueves, 17 de octubre de 2013

Sobre mí

No sé hasta qué punto pueden considerarse o no rarezas, pero.

Me obsesionan las manos, tienen tanta fuerza a veces que incluso creo que hablo con ellas y no con unos ojos frente a mí, con una boca, un semblante. Trato de evitarlo, pero me es imposible no asociar una canción a cada persona importante para mí. "¿Es que no puedes parar de reírte?", y los pobres se creen muchas veces que reírse es signo inequívoco de necedad, de nerviosismo y chiquillería, y no de asqueo, vergüenza, felicidad e incluso llanto. No soporto que haya quien no entienda el espacio vital de cada cual, y lo sobrepase y encima se regodee. Los cariños me salen con palabras, pocas veces o ninguna con gestos. Me obsesionan los números, las combinaciones, las casualidades en ellos; quien no tiene asociada una canción, tiene un número. Tropiezo con treces por todas partes. Y con errores. Si pasa más de una semana sin que haya llorado, por el motivo que sea, no es, desde luego, una buena señal. Se sufre la espera, la distancia, la muerte de un ser querido, no una pronunciación distinta. Adoro y aborrezco a partes iguales los viajes largos, desde pasarme seis horas con la misma canción sonando en el reproductor a ni siquiera encenderlo y no calmarme hasta que escribo unas líneas en el cuaderno.  Necesito crujirme los índices por lo menos tres veces al día; derecho primero, izquierdo después. Soy incapaz de enfadarme, que no es lo mismo que vendarse los ojos y dejar que lluevan puñales. A veces pienso que me gustaría volver a finales de diciembre para haber escogido mejor, pero ahora a cambio tengo un árbol.

Nunca me verás llorar.