Mírame, otra vez lo he vuelto a hacer. Otra vez estoy dando un rodeo a lo que quiero decir porque es tan difícil explicarlo que me atrapa el miedo antes de que pueda abrir la boca. Con el tiempo he aprendido a no saber hablar de mí y de lo que quiero o pienso, supongo que es una forma de protegerme aunque no sepa de qué. Lo de aprender a veces es una mierda, ¿no te parece?
“Para que te conozca tienes que dejarte conocer, Miranda”. Claro, como si no lo supiera. Como si no me hubieran repetido nunca esa frase en los últimos años. Como si no se la dijera todos los días al espejo, en silencio, mientras cierro los ojos para no verme por dentro.
¿Sabes? No es fácil dejar de temblar cuando tienes tanto miedo que incluso lo confundes con el frío, o con el pánico de darte la mano y que me la sueltes.
Tú pidiéndome que no tenga miedo y yo cayendo en su espiral una y otra vez, tanto que hay días que no me deja ni respirar.
Y yo creyéndome invencible.
Hasta que
llegaste
tú.
Y yo creyéndome invencible.
Hasta que
llegaste
tú.
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